Dolores Ibárruri, 'A Pasionaria', é unha figura pola que sempre teño sentido unha certa ambivalencia. Malia ser a figura máis famosa do comunismo ibérico, lástrana no meu imaxinario a súa perceptíbel pobreza intelectual e teórica (non escribiu ningún libro que sexa referenza político-filosófica, como si fixeron Trotsky, Mao, Luxemburg, Gramsci, Lukacs, Althüsser, E.P. Thompson e outros), e o seu dogmatismo estalinista, que a levou a participar na escabechina dos troskos peninsulares no ano 37.
De todas maneiras, e sendo xustos, hai que recoñecer que a maioría dos políticos comunistas non foron pensadores interesantes ou orixinais; que as virtudes de Pasionaria ían máis na onda do 'performativo' e teatral (o mundo do discurso, do mitin, da figura espontánea animando e facendo propaganda), alén das persoais; e que a postura do PCE durante a Guerra Civil era, visto en perspectiva, a máis intelixente e a máis correcta, fronte ao caos e o infantilismo suicida do POUM e dos anarquistas, ou a tosca inxenuidade do PSOE, que cría que o franquismo ía ser unha enfermidade transitoria.
Últimamente estiven a ler o primeiro volume das súas memorías, El único camino. Aproveito para sacar un dos momentos máis emotivos: a liberación dos presos de Asturias co triunfo nas eleccións do 36 da Fronte Popular.
-Señores -les dije-. Una cosa es evidente. Aquí no hay más solución que poner a los presos en libertad.
Preguntó el administrador:
-¿Quién asume la responsabilidad de ello?
-Yo, como diputada por Asturias.
-Pero hay presos comunes. ¿Qué hacemos con ellos?
-Ponerlos también en libertad. Ayer podrían Uds. haber hecho una diferenciación. Hoy, no.
-Tome Ud. y abra las puertas –dijo el administrador entregándome un manojo de gruesas llaves.
Las cogí, y sin aguardar a nadie corrí por los pasillos de la cárcel agitando las llaves en alto y gritando ya sin voz después de tantos ajetreos:
-¡Camaradas! ¡Todos a la calle! ¡Todos a la calle!...
El momento fue inenarrable. Estaba tan emocionada que no acertaba a abrir las puertas y tuvieron que ser los propios detenidos quienes las abrieron.
Como un alud se lanzaron a la salida. Todos querían abrazarme a un tiempo. Cuando los presos empezaron a aparecer en la puerta de la cárcel, fue la locura. Las madres, las mujeres, los amigos, los camaradas, se lanzaban al encuentro de los hombres que con tanta entereza y poniendo la vida en la empresa, habían luchado por la libertad y la democracia para impedir que España fuese una cárcel fascista.
Por primera vez, en la Cárcel de Oviedo, ni los oficiales de prisiones, ni la guardia, tenían nada que hacer.
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